sábado, 5 de septiembre de 2015

El Siniestro Enano Vampiro


Un sospechoso visitante del mundo de los no muertos.

Dicen los que saben que es en la ciudad de Buenos Aires, capital de la República Argentina, en donde tuvieron lugar los siguientes hechos. Un circo arribó a un vecindario humilde de esa gran urbe y pronto los pobladores se divirtieron con las gracias de acróbatas y payasos. No obstante, un pequeño sujeto llamaba la atención de cuantos lo veían.


Se trataba de un hombre que padecía enanismo, pero a la vez también poseía extraños hábitos nocturnos: jamás era visto durante el día, su piel era muy blanca, casi del color de un cadáver, nunca se lo veía comer ni beber y desaparecía misteriosamente durante algunas noches. Pronto en las calles del vecindario se notó la ausencia de perros y gatos, que hasta entonces recorrían el lugar a voluntad.


Comprensiblemente, las personas se preguntaron si este hombre, cuyo nombre era Belek, no tendría algo que ver en el asunto. Consecuentemente, se dispusieron a esperar su regreso una noche en la que había partido, pero Belek nunca retornó al circo. Finalmente los dueños decidieron no esperarlo más y partieron. Poco a poco el recuerdo de Belek, al que la imaginación popular había apodado el enano vampiro, empezó a esfumarse.


Fue entonces que comenzaron a aparecer, en el mismo barrio en el que anteriormente se había notado la ausencia de perros y gatos, gran cantidad de palomas muertas. La novedad, que aterró a muchos vecinos, es que todas estaban completamente desangradas. Todos se preguntaron, sin embargo, qué había pasado entonces con los perros y gatos, cuyos cadáveres no habían sido hallados por nadie. Por esos días llegó la respuesta.


Unos albañiles, que estaban demoliendo paredes de una antigua casa sobre la que se construirían reformas, dieron la alarma: una vez derribado un muro que daba a los fondos de una casa, asomó un viejo sótano y en él, secos cadáveres de perros y gatos junto a ropa y pertenencias que muchos reconocieron como del enano Belek. Habían dado con la guarida del enano vampiro. Esperaron durante varios días su regreso para interrogarlo, pero nunca volvió. Los vecinos, nerviosos, se preguntaron si Belek, una vez descubierto su escondite, no habría huido para siempre.


Si bien las gentes del lugar atrancaron bien puertas y ventanas antes de irse a dormir, nadie había visto o escuchado a Belek atacar a un ser humano. Ese modesto reaseguro cambiaría muy pronto. A los pocos días un anciano salió a la calle pidiendo ayuda. Sus gritos alarmaron a la quietud del vecindario nocturno. Los vecinos, armados con palos y cuchillos, acudieron en ayuda del anciano. 

Cuando irrumpieron en su casa vieron a Belek emprendiendo la huida, y a la esposa del anciano, echada en el suelo, con una herida sangrante en el brazo en la que era posible distinguir dos colmillos. Belek había cruzado el límite. A partir de entonces, los vecinos no descansarían hasta capturarlo o matarlo.


Durante varios meses nada más se supo de Belek. Cada tanto podían verse palomas o gorriones muertos, algún perro o gato desangrado en la calle. Un experto en las ciencias ocultas y en especial en vampirismo aconsejó estar alertas: aseguró, correctamente, que si Belek era verdaderamente un vampiro no podría mantenerse con el consumo de sangre animal durante mucho tiempo. Y así fue: pocas noches después, Belek cayó en una trampa que el ingenioso experto le había tendido: un maniquí que semejaba una hermosa mujer que dormía sobre una cama y que había olvidado cerrar su ventana fue demasiada tentación para Belek. Cuando sus colmillos se cerraron sobre la dura superficie del maniquí, varios hombres se abalanzaron sobre él y lo prendieron.


El experto examinó al resignado Belek y comprobó que sufría de todos los síntomas del vampirismo, incluyendo el rechazo por los símbolos religiosos cristianos, el ajo y la luz solar, a la que temía mortalmente. Aseguró tener unos seiscientos años de edad y haber sido víctima de un vampiro en la actual Hungría. También afirmó que trataba de no atacar a seres humanos pero que en ocasiones el hambre de sangre era una tortura atroz.


Lo que sigue es materia de debate: algunos vecinos, aseverando que se trataba de una criatura diabólica y maldita, propusieron librarlo de la maldición con el método tradicional: estaca y decapitación. Otros dijeron que Belek era un monumento vivo de historia y fuente de conocimientos, que podía ser utilizado por la ciencia (esa fue la opinión del experto). Finalmente, hubo quienes propusieron ofrecerle un empleo en el cercano y enorme cementerio de la Chacarita como guardia nocturno. Si algún día concurres a ese cementerio, ubicado en un populoso barrio de Buenos Aires, no dejes de observar si por las noches el sereno es un hombre de baja estatura…

El Árbol de Casandra


En las españolas Islas Canarias, existe la leyenda del Árbol de Casandra, cuya historia tiene dos conocidas versiones:

La primera cuenta que Casandra era una jovencita de entre 12 y 16 años, que pasaba mucho tiempo jugando con un chico de su edad, pero aquella era una época conservadora y el romance que llegaron a tener fue muy mal visto. Así, el padre de Casandra le prohibió encontrarse con su pequeño novio, pero ésta siguió viéndose a escondidas y él, presa de la cólera ante la idea del deshonor, asesinó al novio de su hija.

Tras perder a su amado, Casandra estaba profundamente dolida y resentida con su padre, y realizó un pacto con el Diablo, en parte para vengarse; sin embargo la descubrieron y, como en ese entonces aún las brujas solían ser asesinadas, la capturaron, la ataron al árbol junto al cual hizo el pacto, y allí la quemaron viva.

Desde ese fatídico día, comenzó a escucharse que cerca del árbol a veces se escuchaban los alaridos de una jovencita y un ruido como de cadenas arrastrándose. Se cree que es el alma en pena de Casandra, pues muchos dicen haber visto, tallado en la corteza del árbol, un “Casandra e Iván” que después se borra inexplicablemente.

La otra versión de la historia, más cruda aún que la primera, dice que Casandra se quedó embarazada de Iván, y que dio a luz a dos mellizos. Temerosa aún de perder a Iván, Casandra creyó que éste podría dejarla si el tiempo deterioraba su belleza, y tal fue la angustia experimentada ante aquella enfermiza idea, que finalmente hizo un ritual para contactar con el Diablo, a fin de ver si éste le aseguraba una belleza indeleble a cambio de algún sacrificio.

Sorprendentemente, el Diablo pidió a Casandra que sacrificase a sus dos mellizos: solo así le daría lo pedido, y tan aferrada a Iván estaba ella, que aceptó realizar el abominable tributo.
Llegó entonces aquella noche profundamente negra en que Casandra, asegurándose de que Iván estuviese dormido y no despertase, tomó con cuidado a los dos bebés, salió de la casa y, bajo la pálida luz de la luna llena y resplandeciente como aquella locura que animaba su mirada, caminó hasta ese árbol en que tantas veces había estado con el padre de los seres que ahora sacrificaría.

Allí, aproximadamente a la medianoche según el deseo de Satanás, sacó el puñal y lo levantó con solemnidad; pero, en aquel breve lapso de tiempo en que se detuvo a contemplar lo que estaba haciendo y a combatir la parte de sí misma que se resistía a tal monstruosidad, advirtió entre los arbustos el brillo de unos ojos asombrados y a la vez enfurecidos: era Iván, que se abalanzó velozmente sobre ella sin darle tiempo a reaccionar, la golpeó, la ató al árbol mientras el llanto desesperado de sus hijos acompañaba a las inaudibles carcajadas de Satanás, y la quemó como se quema a una verdadera bruja.

 Entonces el humo de la carne chamuscada ascendió al firmamento junto con los últimos gritos de Casandra, pero su alma intranquila aún sigue penando en torno al árbol donde la quemó viva el hombre que allí mismo tantas veces la besó.

El Roble Encadenado


Era una fría noche de otoño del año 1821, y el conde de Shrewsbury regresaba a casa en su carroza, cuando de pronto un anciano de aspecto zarrapastroso y barba gris se le cruzó en el camino, como solicitándole que detuviese la carroza. ¿Quién sería aquel vagabundo que osaba importunarle?, se preguntó el conde mientras miraba con desdén al viejo, que le extendía la mano mientras, guiado por una mezcla de vergüenza y pesar, hundía la mirada en el suelo.

Al parecer, el anciano quería una moneda, y esto molestó bastante al conde. Detestaba a los mendigos, así que sólo se quejó e hizo un gesto de asco y negación; pero, en lugar de callar, el viejo se indignó y, señalando a un roble que estaba muy cerca, dijo con voz ronca y tono solemne: “Por cada rama que caiga de este viejo roble que aquí yace, un miembro de tu familia morirá”… Como era de esperarse, el conde solo se enfadó más ante la maldición del mendigo, pero obedeció a su sentimiento de superioridad y se marchó sin decirle nada.

Mientras volvía a casa, la llovizna que antes caía se transformó en una lluvia furiosa, en medio de la cual el viento rugía, las gotas caían como clavos de cristal, y los relámpagos hacían palidecer el firmamento, seguidos por el sobrecogedor sonido de los truenos.

Intentando guardar la calma, el conde se dijo que, todas las posibles sospechas de que el clima fuese un indicio de que la maldición se cumpliría, no eran más que patrañas propias de mentes supersticiosas, caso que no era el de un hombre inteligente como él, por lo que debía proseguir su camino con altiva indiferencia.

No obstante, poco después la calma del conde se derrumbó por unos instantes, pues un rayo acababa de caer muy cerca, al parecer sobre un árbol… Entonces intentó convencerse de que el árbol afectado no era el roble; pero, al llegar a casa, lloró como un niño al enterarse de que alguien de su familia había muerto, supuestamente por causas desconocida.

Inquieto ante la reciente desgracia, el conde se sorprendió cuando, al revisar el sendero al día siguiente, constató que efectivamente el rayo había caído en el roble, quitándole una rama… ¿Sería la maldición? Quizá, y por eso ordenó a sus criados que encadenasen las ramas del roble, a fin de impedir que volviesen a caer y a matar más miembros de su familia

jueves, 19 de febrero de 2015

UN MINUTO CON EL NIÑO JESUS



Bendíceme, Niño Jesús y ruega por mi sin cesar.
Aleja de mi, hoy y siempre el pecado.
Si tropiezo, tiende tu mano hacia mí.
Si cien veces caigo, cien veces levántame.
Si yo te olvido, Tú no te olvides de mi.
Si me dejas Niño, ¿Qué será de mi?
En los peligros del mundo asísteme.
Quiero vivir y morir bajo tu manto.
Quiero que mi vida te haga sonreír.
Mírame con compasión no me dejes Jesús mio.
Tu bendición me acompañe hoy y siempre.
Amen: Aleluya
( Gloria al Padre )

PLEGARIA PARA OBTENER SERENIDAD



Niño Jesús: Tu eres el Rey de la Paz, ayúdame a aceptar sin amarguras las cosas que no puedo cambiar.

Tu eres la fortaleza del cristiano; dame valor para transformar aquello que en mi debe mejorar.

Tú eres la sabiduría eterna; enséñame en cada instante, como debo obrar para agradar más a Dios y hacer mayor bien a las demás personas.

Te lo suplico, por los meritos de tu infancia de Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

AMEN